miércoles, 23 de diciembre de 2009

ALLÍ DONDE LAS ESTRELLAS SE BESAN


En una noche como esta no se puede pretender pensar. Las noches de verano están hechas para mirar al cielo y ver como las estrellas se besan.
Y mientras tanto, los pensamientos aparecen y escapan como si de fantasmas estaciones se tratase. Me prometo decir “contigo hasta el fín del mundo” y que sea cierto. Y veo a la luna con su sonrisa perpendicular, que parece reirse de mis ideas y mis sueños de una noche de verano.

Imagino quién contempla las miles de estrellas esparcidas a lo largo de la oscuridad, en otro lugar, en otro mundo, en otra situación. Dónde están esos ojos que miran y buscan lo que miro y busco yo, que piensan mis pensamientos, que se abrazan a las estrellas y al espacio como un único cuerpo.
Y de nuevo imagino un gran cometa homicida que viaja a millones de años luz con un único objetivo. Me veo a mí y a todos desintegrados en pequeñas partículas flotantes, reflejándose en el gran espejo del universo, como largo haz de luz que abarca con sus brazos, su propio destino. Vagando eternamente junto al infinito y en su profundidad.
Y vuelvo a añorar besos en las esquinas bajo la lluvia, paseos con promesas de amor, poemas de entrega y lágrimas de despedidas nocturnas. Sonrisas que lo intentan alcanzar todo, sueños imposibles compartidos, felicidades perdidas, dolores olvidados.

Pero, volviéndo a la realidad, aquí, sentada y quieta, sé que nada he de conseguir y que para vivir hay que insistir e intentarlo todo.
Pero esta noche se me apararece como mágica y me envuelve en su misterio, cegándome con su inmensidad. Me siento pequeña e insignificante frente al gran mundo que me observa y no puedo más que hundirme en suaves pensamientos y disfrutar del paisaje.

Así, aletargada, me vuelvo a imaginar convertida en luz, abarcando con mis rayos a la persona soñada, rodeando e iluminando sobre un fondo negro, el cuadro pintado por un genio. Y no puedo evitar darme cuenta de que estoy huyendo. No puedo dejar de pensar que mis lágrimas no irán a parar a nada ni a nadie. Quedarán dentro de mí, interiorizando los recuerdos, haciéndolos profundos e insondables.

Pero más allá del dolor, sé que existe un mundo abierto, una muralla que oculta la vida tal como es. Que tengo que llegar al refugio en el que mis sombras se apaguen, donde pueda dormir. Allí quiero llegar; quiero sentir la paz, el silencio rozándome con sus suaves manos, quiero ver el fulgor de las ilusiones no nacidas, quiero vivir con las pretensiones del que ya nada espera y soñar. Soñar con nuevas mañanas, nuevas sonrisas de amor, con alegrías que, orgullosamente, son capaces de levantar sombras y roles.

Quiero ser capaz de ser, al fín y al cabo, libre. Quiero ser un espíritu sin miedos, un lago extenso, una naturaleza vestida de verde intenso y vivo. Quiero contemplar el tiempo pasado y sentirme reconfortado con la sutil aparición de aquel ser que, tras mucho buscar, al fín ha logrado encontrar.

Porque nunca hemos de olvidar que, cuando todo parece acabado, lo que debemos hacer es sentarnos y esperar que un nuevo universo ocupe los recuerdos y nos empuje a seguir. Porque en el fondo, todos nosotros sabemos que no hay que preocuparse de lo que ocurra mañana. Hay que vivir cada momento, aprovechándolo. Que todo, lo bueno y lo malo, ha de llegar y pasar de largo. Y que, después de todo, tras las nubes, siempre acaba saliéndo de nuevo el sol. Así es como se va escribiéndo, queramos o no, nuestra propia vida.