jueves, 18 de marzo de 2010

ME IMAGINO TU ROSTRO


Querida amiga:

Esta noche no he podido dormir. Los truenos retumbaban en mi cabeza cada vez que el sueño comenzaba a aparecer y la oscuridad se volvía más clara que el propio día. Las horas se han hecho inmensas. Ha sido, créeme, una de las noches más largas de toda mi vida. Quizás sea el aterrador silencio que encierran estas cuatro paredes, quizás sea que mi cabeza funciona, paradójicamente, cada día de forma más puñeteramente lúcida. No lo sé. Me resulta tan difícil explicar todo lo que siento y que puedas entenderlo.... Sin embargo, sé que tú estas ahí, al otro lado de estos muros, ocupando parte de tu tiempo en escuchar mis pensamientos y que, aunque ni conozco tu rostro, me lo imagino durante infinitos minutos y soñando tu mirada, las horas se me tornan alegres y recuperan su sentido. Y siento que mi corazón se estremece al leer tus líneas, porque tus palabras me demuestran que el mundo sigue existiendo allí, a lo lejos, como si se empeñara en esperarme.

Pero, cuando mi cerebro recupera el sentido común, me recuerda, inexorablemente, que mi destino ya está firmado y que lo único que me queda por hacer en esta vida es esperar.

Si quieres que te sea sincero, te diré que me gustaría poder decidir mi final, apretar un botón y terminar. Pero mientras a mi cuerpo le queden fuerzas para continuar en este mundo, yo tendré que continuar con él. He aprendido a contar la vida por minutos.
Lo que ya no puedo valorar, es si son minutos ganados a la muerte o perdidos en una vida que, al fin de cuentas, terminó hace años. Cuatro años repletos de horas, minutos y segundos, de amaneceres y atardeceres que he podido disfrutar a través de esta pequeña ventana, de un modo que jamás lo supe hacer cuando vivía al otro lado de su grueso cristal.
Y pienso cuánto perdí por vivir tanto. Cuánto echo de menos el aire, el viento, la lluvia y su olor, los verdes montes y aquel mar que siempre soñé conocer de cerca.
Y sobre todo, cuánto siento saber que no podré rozar tus manos, tocar tus cabellos con suavidad, lentamente, soñando ser protagonista de una gran historia de amor, dejar correr mis lágrimas, sin vergüenza, mirándote fijamente a los ojos, compartiendo en silencio tantas y tantas emociones. Y frente a ti, imaginarme libre por un eterno instante.

Cuanto necesito, amiga mía, la libertad. Cuantas veces sueño despierto y veo mi vida, a lo lejos, como si no fuera la mía; como si una segunda oportunidad me cuchicheara al oído sabios consejos, en aquellos momentos en los que necesitara escucharlos.
Sin embargo, noches crueles e implacables como esta, en las que todo es tan real como la pura realidad, se enfrentan a esos delirios, recordándome que me muero. Me muero, amiga, deseando que lo que he hecho a lo largo de mi vida, pueda ser perdonado allí adonde me dirijo. Me muero, sabiendo que en ese lugar encontraré rostros que me harán avergonzarme de mis acciones; que habrá llegado el momento en el que tendré que pagar por todo ante el tribunal más justo que existe.

Sé que la gran esperanza que tenemos los humanos es nuestra increíble capacidad para perdonarnos a nosotros mismos, pero aún así, tengo miedo. La conciencia ha sido siempre el más íntimo enemigo de todos los que como yo, hemos vivido dándole la espalda, negándole el saludo día tras día.

Pero no temas, todavía quedan en mí unos pocos rastros de valor y a ellos me agarro con todas esas fuerzas que siempre surgen en las situaciones más desperadas. Lo que pasa es que a través de estos barrotes, uno contempla su pasado desde muy lejos y con una perspectiva que resulta imposible alcanzar a ras de suelo. Y cuando a uno le queda lo que a mí me queda, cada instante forma parte de su propio juicio final.

Aún con todo, estoy seguro de que si he podido conquistar un corazón como el tuyo, podré mirar a los ojos a aquello que me espera y confiar que, en el fondo de ellos, sobreviva algo que merezca un perdón. Sobre todo, sé que si, en ese momento, pienso en ti y recuerdo las miles de palabras que has dedicado a reconstruir mi esperanza, pase lo que pase, toda mi vida habrá servido para algo. Y podré descansar y soñarte el resto de la eternidad.